domingo, 18 de abril de 2010

Macondo, un lugar de sueños.

Hay días, momentos u ocasiones en donde las palabras lo son todo, otros donde las palabras no dicen mucho y otros donde sencillamente no hacen falta las palabras. Para Samantha aquel día sería de esos momentos en donde las palabras lo dirían todo.

Eran aproximadamente las diez de la mañana Sami había decidido aquel día levantarse más temprano que de costumbre, pues ella prefería dormir de día y trabajar de noche. Era un día diferente se encontraría con una conocida, una mujer que parecía interesada en la vida nocturna de Samantha. Carla era el nombre de la mujer con quien se vería en Macando, un café ubicado en San Antonio.

Samantha se arregló rápidamente, salió, y esperó en el café a Carla . Mientras llegaba, decidió leer la prensa, de casualidad tropezó con un artículo publicado de Héctor Abad Faciolince, este decía así.

“Sin embargo, si uno es sincero y quiere que le hagan realmente una buena pregunta, tendría que ser una pregunta fundamental que nos ayudara a aclararnos alguna cosa íntima a nosotros mismos. Algo que fuera interesante para sí mismos, y quizá también, por extensión, para los demás. En tal caso me preguntaría, creo, algo que ni yo ni los otros pueden saber muy bien. Por ejemplo: “¿Por qué esa sed de cambiar radicalmente de vida cada tres o cuatro años?” Santiago Gamboa siempre me ha dicho que yo me he pasado la vida tratando de empezar una nueva vida. Ahora que me hago esta pregunta ante Tobias Wenzel, o que me lo pregunto gracias a su sugerencia de preguntarme algo, la pregunta coincide con que acabo de empezar hace apenas cinco días una nueva vida en Berlín. Y me siento feliz, renovado, como recién nacido. Volver a nacer es una sensación liberadora, maravillosa, da esa limpieza del alma que dicen que nos concede el agua bautismal. Todas las paredes del apartamento donde vivo están pintadas de blanco, y no hay ni un solo cuadro. Así mismo me siento, como estas paredes blancas.
Yo reconozco el valor de la rutina y sé que muchas cosas hay que volverlas rutinarias para poder soportarlas. Bañarse, afeitarse, limpiar las gafas, ir al banco, lavar la ropa o lavar los platos… Lo obligatorio y aburrido hay que volverlo rutinario y hacerlo siempre, en la medida de lo posible, a la misma hora. Yo voy al baño y me lavo los dientes siempre a la misma hora. Pero el resto de las cosas de la vida, las agradables, las intensas, detesto que se vuelvan rutinarias.

¿Cuántos años se pueden vivir al lado de una misma mujer (o de un mismo hombre) sin que la vida se vuelva un infierno? ¿Cuántas veces a la semana se pueden comer frisoles o pasta o pizza sin que nos empiece a dar asco? ¿Cuántas veces se puede mirar el mismo cuadro? A los cuadros hay que cambiarlos de pared por lo menos una vez al año si queremos volver a verlos. Con el paisaje no ocurre lo mismo porque el paisaje siempre cambia: los árboles crecen, se les caen las hojas, dan frutos o florecen, el río se seca o se desborda, el cielo va variando de color… También las caras cambian, pero casi siempre para empeorar, y esa metamorfosis no agrada.

Entonces el cambio de vida cada cierto tiempo, pasarse de casa o al menos de cuarto, aprender un idioma, conocer nuevas personas, irse a vivir a otra ciudad, a otro país o al menos a otro barrio, eso que para algunas personalidades es un desastre porque desacomoda su vida, a mí en cambio me da una sensación de libertad, de arrebato, de que algo se renueva fuera y dentro de mí. No creo que sea una huida, como dirían los psicoanalistas, sino una búsqueda, una búsqueda que no tiene ningún objeto preciso. Los que tenemos la tendencia a aburrirnos cuando algo se nos vuelve hábito, necesitamos estas pequeñas revoluciones. Al cabo de un tiempo todo vuelve a lo de antes, y hay que volver a empezar, la piedra de Sísifo vuelve a rodar por la pendiente del aburrimiento, pero mientras tanto, mientras subimos la piedra, el tiempo pasa de un modo distraído, más suave, más ameno”.

Samantha a través de este texto estaba comprendiendo un poco mejor las cosas del destino, sabía que era tiempo de limpiar el alma y pintarse de blanco. No podía permitir que las cosas agradables de su vida, las intensas, como era para ella bailar tango se volvieran rutinarias y aburridas. Ya, se había dado cuenta que al contario de lo que decía Faciolince la vida se le estaba convirtiendo en un infierno por no poder estar al lado o vivir junto al hombre que amaba. A la comida ya le había cogido asco y estaba cansada de ver los mismos cuadros. Entonces es aquí en este preciso momento en donde Carla entraría hacer parte de su cambio de vida, proponiéndole ser la imagen y modelo de su nueva campaña publicitaria que iría ligada a la pasión del tango. Era la oportunidad perfecta para que Samantha se oxigenará, se desenfrascará, cambiará de ambiente y de rostros. Era necesario vivir ese cambio que generaría una sensación de libertad y arrebato, sin la búsqueda de un objeto preciso o tal vez la de un sujeto preciso que le regalaría algo de lo que le habían robado, amor. Samantha acababa de dar un SI, un si definitivo a la propuesta de su amiga, en pocos días estaría en Buenos Aires, la tierra del tango que la vería renacer. Samantha había decidido volar, emprender un nuevo viaje al igual que las mariposas amarillas de Macondo.

1 comentario:

  1. Caro, no olvides en enlace con Carla, no me convence que Carla sea amiga de ella de hace tiempo, parece muy puesto, sacado de abajo de la manga, creo que es mejor que la aborde cuando hace las visitas a diferentes bares para su campaña, como se los había planteado, revisa eso y me cuentas, lo otro, el texto de Abad, dale otro tratamiento, podrías intentar darle un aspecto de artículo de periódico o de revista y diseñarlo dentro del post, como JPG.

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